Mis seis años – comienzo la escuela primaria.
Caminaba todos los días siete cuadras de variadas características - las tres primeras con aceras y adoquín. Después angostas vereditas de mosaico o ladrillo plano, cunetas practicables por puentecitos de madera y calles de tierra.
Aprendí la escarcha de las heladas invernales, el verdor del pasto, el trabajo del herrero poniéndole “botines” a los caballos y las campanillas. Cuando aparecían las primeras campanillas desaparecía el frío, el barro y esas cuadras de campo se convertían en un vergel. Mi padre, que me llevaba (¿seríamos paquetes?) a la escuela, aprovechaba cada caminata para enseñarme la vida.
La herrería tenía magia: El fuego, el hierro al rojo, la habilidad de los operarios. A veces nos deteníamos a mirar el trabajo del herrero.
Un mediodía un estruendo hizo que nos paráramos. Un caballo al galope era brutalmente azotado por su jinete. Sentí horror. Yo amaba los caballos y solía montar uno muy manso cuando visitaba a mi abuela paterna. Jamás se me hubiera ocurrido pegarle de esa manera. Grité: ¿Porque le pega? Lo va a tirar!!! Mientras hablaba el animal rodó y cayó sobre el jinete. Los gritos del fulano eran terribles: nadie se animaba a acercarse al animal y hacer que se levantara. En un par de minutos se levantó solo y se alejó al paso: su boca ya no espumeaba, sus ojos tranquilizados.
Pregunté si el jinete moriría. No recuerdo la respuesta. Si sé que nunca pude perdonar a ese hombre.
lunes, 8 de junio de 2009
69 - Recuerdo de infancia
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2 comentarios:
Me encantan las campanillas, esas extensas cuadras con alambrado llenas de ellas. Me gustó mucho esta foto. Gracias! ET
me encanta la historia, me encantan las campanillas y tambien me hacen acordar a mi primaria
beso y gracias :)
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